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boasondas

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Hace unos años fui a surfear un día cualquiera. Estaba todo un poco revuelto por el mar de fondo, aunque el viento peinaba las olas y el mar llegaba medianamente ordenado. El día se presentaba nublado. Gris. Pero no llovía, y tampoco parecía que quisiera hacerlo. Recorrí la costa, tantas veces recorrida, buscando el mejor lugar donde echarme, sin muchas esperanzas de encontrar algo aceptable. Llegué a una playa en donde pocas veces rompe bien, pero ese día estaba épico. Sería el pico perfecto si no fuera por una cosa: No había nadie en el pico. Miré alrededor, pero nada. Ni un alma. No solía meterme en olas grandes sin gente. No por miedo, sino por respeto y sentido común. A veces, si hay gente paseando por la playa y no está muy grande me acabo metiendo, aunque en el agua no haya nadie. Pero ese día estaba completamente sólo.

Me quedé un rato fuera con, el maletero abierto para no perder tiempo, esperando a que llegara alguien para compartir el pico. Pero nadie llegaba. No se cuanto tiempo pasó, pero quince minutos mirando como rompen olas perfectas delante de ti pueden parecer horas.

Así que me eché sólo. Era difícil entrar. Pero Entré. Era difícil coger olas, pero alguna cogí, Y era difícil abrirse el labio, pero me lo abrí.

Si en vez de darme la tabla en la boca, me da en la cabeza, a lo mejor no estas leyendo esto ahora mismo.

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